El narrador
Conceptos y afectos
en Los cuatro peronismos
I
Hume notó –y Borges dijo acaso para siempre– que había argumentos
que no admitían la menor réplica y no producían la menor convicción; es decir
que la persuasión y la solidez de los razonamientos podían caminar veredas
contrarias. Nuestras grandes disputas nacionales suelen adolecer de este paso dividido.
Y no es poco frecuente, entonces, que la consistencia argumental poco se
condiga con las realidades vitales, que el corpus de palabras
lógicamente entrelazadas nada le diga a los cuerpos y sus afectos de ese
ordenamiento de la vida y la historia que llamamos política.
No pretendo proponer que las razones deban vestir retóricas que
las embellezcan o las hagan más aceptables; apenas intento sugerir que los
argumentos, lejos de ser verdades inmateriales, son la trabajosa síntesis de un
cuerpo en el cuerpo colectivo del pensamiento. Y por lo tanto, para que una
verdad política destelle, la verdad de la pasión debe acompañar a la pasión por
la verdad. O dicho de un modo más sencillo: en política las verdades sólo
pueden existir cuando son capaces de inervarse en afectos colectivos.[1]
De modo que los argumentos desnudos de afectos serán políticamente inexistentes
(y no sólo políticamente) por más solidez formal que ostenten. No es suficiente
crear conceptos capaces de contener la representación formal de los hechos si
esos conceptos no logran cuajar constelaciones con los afectos colectivos en
los que se entreteje nuestra realidad. Es así que la “verdad política” no es
una inmutable y contemplativa adecuación entre conceptos y representaciones de
la realidad, sino la esforzada unidad, en un cuerpo común, de afectos y
conceptos.
Todo análisis político que produzca ese raro acontecimiento,
que a falta de mejor nombre podemos llamar “verdad política”, deberá ser, él
mismo, un hecho político. Estas páginas intentarán mostrar algunos de
los sentidos en los que, según la particular mixtura de conceptos y afectos, podemos
considerar a Los cuatro peronismos un libro enteramente político…
[1] 1. Lo que no significa,
evidentemente, que cualquier idea inervada en afectos colectivos sea, por esa
sola causa, una “verdad política”. Pues entendemos por “verdad política” la
capacidad de ciertos conceptos, que forman cuerpo común con afectos colectivos,
de expandir la formación de ese cuerpo común, de potenciar su prolongación en
los demás cuerpos. Es por ello que una idea que inervada en afectos colectivos
sea contradictoria con la expansión de ese cuerpo común no podría constituirse
como una “verdad política”.
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