viernes, 5 de febrero de 2016

Prólogo al libro Retratos filosóficos de León Rozitchner, Biblioteca Nacional, 2015.
Diego Sztulwark y Cristián Sucksdorf
I
León Rozitchner entendía la filosofía como un desafío a la coherencia ajena. Intuyó que solo se accede al pensar filosófico a través de un enfrentamiento: “combatir para comprender”, tal era su divisa. Los textos dispersos que este libro compila (alguno inédito, poco conocidos los otros) constituyen al mismo tiempo que retratos filosóficos de diferentes autores -o de sus pensamientos- el trazo más fiel de los modos de lectura del propio Rozitchner: un combate amoroso y el ejercicio feroz de la amistad que se conjugan tanto para señalar los límites que se autoimpone un pensamiento como para prolongarlo también al formar con él, y más allá de él, un cuerpo común.
Ahora bien, ¿en qué consiste ese “combate” que es la filosofía tal y como Rozitchner la cultivaba? Podemos afirmar con seguridad que no se trata simplemente de desarmar los argumentos del adversario ni del pasatiempo huero de refutar encadenamientos conceptuales. En tales casos sólo se pondría en juego la coherencia del otro; la propia quedaría a resguardo, indiferente, inmaculada. Y para Rozitchner cada uno, en su propia coherencia, debía ser el campo de esa batalla. Sólo poniendo en juego una experiencia pensante equivalente a la que el otro había puesto en su esfuerzo por pensar -esto es, correr los mismos riesgos-, alcanzaríamos a comprender “de profundis” su apuesta. Recién entonces se podría emprender la refutación. Que como ya dijimos no era el señalamiento de errores o incongruencias lógicas, sino la identificación del punto en que esa experiencia pensante detiene la persecución de su índice de verdad, aterrada ante la amenaza de muerte, los tronos y los altares.
De esta lógica de lectura, que busca reponer y reproducir en uno mismo la experiencia subterránea e ignorada que da sentido a las palabras, se desprenden las relaciones diversas que entabla Rozitchner con los autores de los que se ocupa: por un lado, la refutación como señalamiento del punto en que el pensamiento se detiene aterrado, pero también la reverberación de las palabras del otro en la propia experiencia, para prolongarlas y ensanchar así su verdad vivida.

II
El primer texto, La tragedia del althusserianismo teórico, es una minuciosa lectura de El porvenir es largo, la autobiografía de Louis Althusser. Este texto de León Rozitchner escrito en 1993, pero publicado recién en 2003 (El ojo mocho, N°17), presenta dos particularidades que lo destacan al interior de su obra. En primer lugar, es con este texto que su proyecto de crítica a lo que denominó en un temprano 1966 como “izquierda sin sujeto” (es decir, aquella izquierda para la cual las estructuras determinaban el acontecer político a espaldas de lo que se elaborara en la subjetividad de cada individuo) encuentra en la autobiografía de Althusser su entera confirmación: la aparición de un sujeto que, como el retorno de lo reprimido, vuelve por sus fueros embarrando de afectos la aséptica teoría estructuralista. En segundo lugar podemos señalar que este texto anticipa en dos cuestiones a La Cosa y la Cruz: estas “confesiones” de Althusser (como luego lo harán las de San Agustín) presentan un modelo inigualable para leer en ellas la “trama menuda” en que la subjetividad se objetiva en la teoría, la presencia invisible y negada de lo más propio en el pensamiento llamado objetivo, que por eso mismo es siempre parcial. Pero también anticipa la estructura del complejo parental cristiano, que Althusser expone al contar su “novela” personal con insondable sinceridad:
“Después de convertirme para ellos en el «padre del padre», o más bien en el «padre de la madre», es decir después de haberlos seducido propiamente mediante la imitación de sus personajes y modalidades, se habían reconocido tan bien en mí que habían proyectado sobre mí o bien la idea que se hacían de sí mismos o la que se ofrecían inconscientemente de sus propias nostalgias o esperanzas.” (Subrayado de los eds.)
El giro “padre de la madre” será precisamente la fórmula que exprese en La Cosa y la Cruz el contenido del nuevo dios que construye el cristianismo: Dios de palabras que desde su propia fantasía de niña-virgen la madre le ofrece al hijo como alternativa ante el terror del mundo adulto; fantasía de incesto místico que sólo exige su libra de carne para realizarse: un manso ir al muere para ganar la vida eterna con la madre arcaica, cuyos atributos (tras)vestirán entonces al Dios-Padre. 
El segundo texto, Oscar Masotta o el origen de un mito sin historia, es en una entrevista que por indicación del propio Rozitchner se publica póstumamente. Se trata de hacer visible en la deriva particular de Oscar Masotta -su pasaje de la filosofía y el marxismo a la institucionalidad del psicoanálisis- el tránsito mismo del lacanismo y su opción por convertirse en profesión liberal al costo de abandonar su vínculo con los intentos más libertarios de transformación social.
Ramón, el rostro materno de la muerte está conformado por dos textos diferentes sobre Ramón Alcalde[1]. La primea parte es un artículo escrito para un dossier en la revista Intemperie; el segundo, el prólogo que León Rozitchner escribió para la edición de una antología de las obras de Alcalde en la editorial Conjetural[2]. Rozitchner analiza la fragua de ese destino erudito y callejero que fue el de Alcalde; “fracaso ejemplar” de un jesuita -ya ateo, ya marxista- que deja el seminario y desde las entrañas del cristianismo busca abrir otro camino.
Adelaida Gigli y la memoria aborigen (apuntes para ayudarme a comprenderla) es un texto preparado para la presentación del libro de cuentos Paralelas y solitarias.[3] La dictadura del ‘76 había secuestrado, torturado, asesinado y desaparecido a los dos hijos que ella tenía con David Viñas; durante los diez años siguientes Adelaida escribe. Y Rozitchner entiende que esos cuentos singulares no son mera literatura, sino la expresión de una vitalidad subterránea que no puede callarse a pesar de que el terror la dejó sin palabras. Boca sin memoria. Boca que como ella misma dice no tendrán los torturadores: “Todo se ha metamorfoseado, pero sigue siendo mujer-madre para expresar aun en esta ocasión la permanencia femenina de un cuerpo de mujer sintiente, que sigue verificando allí el sentido de lo que nunca será hollado: lo que el asesino se pierde”. Y es entonces que a pesar de que su cuerpo de mujer-madre había sido diezmado en lo más íntimo de su afecto Adelaida escribe. Y en la escritura de ese post-apocalipsis personal (que era también colectivo y político) continúa afirmando una vida que los asesinos habían tornado invivible: “Adelaida se cuenta cuentos a sí misma para experimentar el mundo en el que ya no tiene cabida.” Ella “tuvo que transformar –agrega Rozitchner- la angustia sorda en ruido húmedo, sonoridad aún indecible, y sólo desde allí aparecieron luego las palabras.”
Comunicación y servidumbre es el ya clásico texto de la época contornista de Rozitchner. En él se ocupa minuciosamente de desnudar la trama callada o disimulada con la que la obra de Eduardo Mallea convocaba al sometimiento y la sumisión, al tiempo que en la figura del “Escritor” Mallea “se inviste a sí mismo con los caracteres de lo reverente y de lo sacro, una presentación a histórica de su propio desenvolvimiento y de su nacimiento, que tiende a recrear una vez más la confusión entre lo natural y lo cultural, lo relativo y lo absoluto que está en la base de toda tiranía.”
Artaud entre el amor y la cruz es un texto publicado en 2001 en el diario Página 12 y reeditado en el libro El terror y la gracia (ed. Norma, 2003). A partir de la figura de Antonin Artaud Rozitchner piensa los modos en que el cristianismo obtura, en la relación entre cuerpo, razón, arte y locura la prolongación en la vida adulta y colectiva del cuerpo arcaico materno del cual provenimos. Pero al mismo tiempo señala los fulgores que Artaud vislumbraba en su lucidez hecha de retazos de locura, para abrir desde la vivencia recóndita de un cuerpo rebelado una razón que no reniegue de su origen.
El último texto, La mujer y la muerte en Macedonio Fernández, reeditado también en El terror y la gracia y publicado por vez primera en la revista El ojo mocho (N° 11, 1997), es la búsqueda en la poesía de Macedonio Fernández, en esa rara alquimia que transmuta el amor y la muerte en belleza, algo así como los rastros fragmentarios de la piedra filosofal de la experiencia arcaica con la madre.
Acaso estos retratos no dibujen en su multiplicidad otra cosa que un perfil único: autoretratos filosóficos del propio León Rozitchner.




[1] Ramón Alcalde fue parte de la dirección de la mítica revista Contorno junto a los hermanos David e Ismael Viñas, León Rozitchner, Adelaida Gigli y Adolfo Prieto; también participaban de la revista, aunque de un modo más lejano, Oscar Masotta, Juan José Sebrelli y Nestor Correa entre otros.
[2] Ramón Alcalde, Estudios Criticos de Poetica y Politica, Buenos Aires, Conjetural, 1996.
[3] Adelaida Gigli, Paralelas y solitarias, Buenos Aires, Alción, 2006.

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