Introducción a las Obras Completas de León
Rozitchner, Biblioteca Nacional, (2012-2015)
La obra de León Rozitchner tiende
al infinito. Por un lado hay que contar más de una docena de libros editados en
la Argentina durante las últimas cinco décadas, la existencia de cientos de
artículos publicados en diarios y revistas, varias traducciones, muchísimas
clases, algunas poesías y un sinnúmero de entrevistas y ponencias que abarcan
casi seis décadas de una vida filosófica y política activa. Por otro, una
cantidad igualmente prolífica de producciones inéditas que con la presente
edición salen por primera vez a la luz pública.
Pero esta tendencia al infinito no
consiste simplemente de una despeinada sucesión de textos, tan inacabada como
inacabable; es decir, en ese falso infinito cuantitativo de la acumulación. Lo
que aquí late como una tendencia a lo infinito cualitativo surge de la
abolición de los límites que definen dos ámbitos fundamentales: el del lector y
el de su propia obra.
El del lector, porque para
abrirnos su sentido esta obra nos exige la gimnasia de una reciprocidad que
ponga en juego nuestros límites: sólo si somos nosotros mismos el “índice de
verdad” de esos pensamientos accederemos a comprenderlos. Pues esta “verdad”
que se nos propone, para que sea cierta, no podrá surgir de la contemplación
inocua de un pensar ajeno, sino de la verificación que en nosotros –ese cuerpo
entretejido con los otros- encuentre.
Para Rozitchner el pensamiento consiste
esencialmente en desafiar los propios límites, y en ir más allá de la angustia
de muerte que nos acecha en los bordes de lo que nos fue mandado como
experiencia posible. Pensar será siempre hacerlo contra el terror. Como
lectores debemos entonces verificar en nosotros mismos la verdad de ese pensamiento:
enfrentar en nosotros mismos los límites que el terror nos impone.
Pero habíamos dicho también que ese
infinito cualitativo no sólo se expandía en nuestra dirección -la de los
lectores- sino también en la de su propia obra. Y es que la producción
filosófica de Rozitchner, que se nos presenta como el desenvolvimiento de un
lenguaje propio en torno de una pregunta fundamental sobre las claves del poder
y de la subjetividad, despliega su camino en el trazo arremolinado de una
hondonada. Paisaje de múltiples estratos cuyos límites se modifican al andar: cada
libro, además de desplegar su temática particular, incluye de algún modo en sus
páginas una nueva imagen de los anteriores, que sólo entonces, en esa aparición
tardía, parecen desnudar su verdadera fisonomía.
Así, podríamos arriesgar -apenas con
fines ilustrativos- un ordenamiento de este desenvolvimiento del pensamiento de
Rozitchner en cuatro momentos fundamentales; estratos geológicos organizados en
torno al modo en que se constituye el sentido. Estas etapas funcionan a partir
de algunas claves de comprensión que ordenan la obra y posibilitan ese
ahondarse de la reflexión.
En la primera el sentido
aparecería sostenido por la vivencia intransferible de un mundo compartido. La
filosofía será entonces la puesta en juego de ese sustrato único -fundante es el término cabal- de mi
vivencia del mundo, a partir de la cual se anuda en mí lo absoluto de ese irreductible ser yo mismo con el plano más amplio del
mundo en el que mi existencia se sostiene y al cual soy por lo tanto relativo. La posibilidad del sentido, de
la comunicación, no podrá ser entonces la mera suscripción al sistema de
símbolos abstractos de un lenguaje, sino la pertenencia común al mundo, vivida en
ese entrevero de los muchos cuerpos. Entonces, constituido
a partir de lo más intransferible de mi vivencia, el sentido crecerá en el otro
como verdad sólo si éste es capaz de verificarlo
en lo más propio e intransferible de su propia vivencia. El mundo compartido es
así la garantía de que haya sentido y comunicación.
En lo que a grandes rasgos
podríamos llamar la segunda etapa este esquema persiste; pero al fundamento que
el sentido encontraba en la vivencia común de mundo, deberá sumarse ahora la
presencia del otro en lo más íntimo del propio cuerpo. Es este un amplio
período del pensamiento de Rozitchner, cuyo inicio podemos marcar a partir de la
síntesis más compleja de la influencia de Freud en la década del 70. Encontramos
entonces una de sus formas más acabadas en el análisis de la figura de Perón,
el emergente adulto y real del drama del origen y su victoria pírrica; la
derrota de ese enfrentamiento imaginario e infantil en el que nos constituimos
será el correlato de la sumisión adulta, real y colectiva cuyos límites son el
terror: “lo que comenzó con el padre, culmina con las masas”, cita más de una
vez Rozitchner. Pero en el extremo opuesto del espectro, el trabajo inédito
sobre Simón Rodríguez establece nuevas bases: el otro aparecerá ahora como el
sostén interno de la posibilidad de sentido. No ya como el ordenamiento
exterior de una limitación, sino como la posibilidad de proyectarme en él hacia
un mundo común. Sólo entonces, sintiendo en mí lo que el otro siente - la compasión- podrá darse un final
diferente al drama del enfrentamiento adulto, real y colectivo, camino que es
inaugurado por ese “segundo nacimiento” desde uno mismo que señala Rozitchner
en Simón Rodríguez como única posibilidad de abrirse al otro.
El tercer momento estaría marcado
por un descubrimiento fundamental que surge a partir del libro La Cosa y la
Cruz: la experiencia arcaica materna,
es decir, la simbiosis entre el bebé y la madre como el lugar a partir del cual
se fundamentarían el yo, el mundo y los otros. En esta nueva clave de la
experiencia arcaica con la madre se aúnan las etapas anteriores del pensamiento
de Rozitchner en un nivel más profundo. Pues el fundamento del sentido ya no
será sólo esa co-pertenencia a un mundo común, sino la experiencia
necesariamente compartida desde la cual ese mundo -como también el yo y los
otros- surge y a partir de la cual se sostendrá para siempre. Pero esto no es
todo, porque también las formas mismas de esa incorporación del otro en uno
mismo -que según vimos podían estructurarse en función de dos modalidades
opuestas, cuyos paradigmas los encontramos en Perón como limitación (identificación)
y en Simón Rodríguez como prolongación (com-pasión)- serán ahora redefinidas en
función de esta experiencia arcaica. El modelo de la limitación que el otro
instituía en mí mediante la identificación -Perón- será ahora encontrado en un
fundamento anterior, condición de posibilidad de esta forma de dominación: la
expropiación de esa experiencia arcaica por parte del cristianismo, que
transforma las marcas maternas sensibles que nos constituyen en una razón que
se instaura como negación de toda materialidad. Pero también será lo materno
mismo la posibilidad de ese sentir el sentido del otro en el propio cuerpo, entendiendo
entonces ese “segundo nacimiento” como una prolongación de la experiencia
arcaica en el mundo adulto, real y colectivo. Esta nueva clave redefine el modo
de comprender la limitación que el terror nos impone, que es comprendido ahora
como la operación fundamental con la que el cristianismo niega el fundamento
materno-material de la vida y expropia las fuerzas colectivas para la
acumulación infinita de capital.
El cuarto momento es en verdad la
profundización de las consecuencias de esta clave encontrada en la experiencia
arcaico-materna y que en cierto modo se resume en la postulación programática
de pensar un mater-ialismo ensoñado, es decir, de pensar esa experiencia
arcaica y sensible desde su propia lógica inmanente, pensarla desde sí misma y
pensarla, además, contra el terror que intenta aniquilarla en nosotros. Y esta
última etapa del pensamiento de Rozitchner, que se desarrolla especialmente a
partir del artículo “La mater del
materialismo histórico” de 2008 y llega hasta el final de su vida, será también
la de una reconversión de su lenguaje, que para operar en la inmanencia de esa
experiencia sólo podrá hacerlo desde una profundización poética del decir.
No obstante este desarrollo que
con fines meramente ilustrativos hemos intentado aquí, estas claves y sus
etapas no puede de ningún modo ser consideradas recintos estancos, estaciones
eleáticas en el caminar de un pensamiento, pues su lógica no es la de un corpus
teórico que debe sistemáticamente ordenarse, sino la síntesis viva de un cuerpo
que exige, como decíamos más arriba, que lo prolonguemos en nosotros para
sostener su verdad. Solo queda entonces el trato directo con la obra.
La actual edición de la obra
completa de León Rozitchner a cargo de la Biblioteca Nacional hace justicia
tanto con el valor y la actualidad de su obra, como con la necesidad de un
punto de vista de conjunto. La presente edición intenta aportar en esta
perspectiva reuniendo material disperso y, sobre todo, dando a luz los
cuantiosos inéditos en los que Rozitchner seguía trabajando.
Hay, sin embargo una razón más
significativa. La convicción de que nuestro presente histórico requiere de una
filosofía sensual, capaz de pensar a partir de los filamentos vivos del cuerpo
afectivo, y de dotar al lenguaje de una materialidad sensible para una nueva
prosa del mundo.
Buenos Aires; Septiembre de 2012
Diego Stulwark y Cristián Sucksdorf
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