Prólogo al libro de León Rozitchner Escritos de fin de siglo, Biblioteca Nacional, 2015.
Diego Sztulwark y Cristián Sucksdorf
Los textos que forman este libro pertenecen al mismo período
y acaso también al mismo sentir. Se trata de un artículo inédito y dos
reeditados, escritos en la década del noventa, que responden a las exigencias
que impuso el derrotado final del siglo XX. Sumamos además una conferencia del
año 2004, en la que se condensan y maceran algunas sensaciones que circulaban
todavía innombradas en esos tristes, solitarios y finales años del siglo.
Los bordes del tiempo (en este caso del siglo y también del
milenio) suelen estar poblados de profetas; hombres y mujeres de imaginación
viva que promueven un ideal trascendente hacia el que deberíamos caminar –motivados
por la amenaza de muerte- para salvarnos. Maquiavelo ya había advertido que un
profeta desarmado es un profeta muerto, pues sin espada la amenaza de muerte de
su profecía se vuelve contra él; nada dijo, sin embargo, de otro tipo de
profetas, de aquellos que claman por que sean los otros quienes se desarmen. La
así llamada posmodernidad no desdeñó el oficio de la profecía ni la gimnasia
del desarme ajeno. El peso de las viejas herramientas seculares -clamaba el
gremio de sus profetas- era lo que impedía remontarnos hacia el reino de la
libertad, que ahora por fin se ofrecía sin luchas y sin muerte. Tan sólo a
cambio de soltar el penoso lastre moderno y convertirse a formas más tenues del
pensar. Contra estos convites batalla Rozitchner. No se trata de ignorar la
seducción, sino de escuchar bien atento su canto de sirena para conjeturar qué entusiasmos
de naufragio mueven su llamado.
El primer artículo, La
seducción generalizada, fue publicado en 1996 en la revista El Rodaballo.
Es una ardua lectura del libro De la
seducción de Jean Baudrillard. Afirma Rozitchner que lo que propone Baudrillard
“…es una seducción de instantes que suceden, defraudados, al otro instante que
viene a negar al anterior, y lo seduce: mantiene la superficie sin que nada
pase, es el anverso de la dialéctica endurecida en la que Baudrillard debe
haber creído, y que ahora enfrenta con lo blando extremo”. Una transacción
entonces: de la antigua creencia en un euromarxismo de época ya envejecido y endurecido
a su reconversión, sin tránsito, en una blandura que disuelve, alucinada y
seducida, todos los obstáculos. Esconde en este salto el sentido del pasaje de
un extremo al otro, de modo que ambas ontologías devienen absolutas
(absolutamente falsa la creencia abandonada, absolutamente cierta la recién
adoptada). Ya no aparecen como síntesis vividas, sino como verdades sin
historia. Finalmente el movimiento redunda en la conversión del viejo
dogmatismo en uno nuevo: ese esfumarse de las determinaciones sociales.
Entonces “la realidad desaparece mágicamente en el encuentro total, y todos los
obstáculos que nos asedian y nos aprisionan se borran en la instantaneidad
revelada de su inexistencia.”
El segundo texto, Problema
del otro. De Todorov a Buber, plantea una serie de interrogantes en torno
al libro La conquista de América, de
Tzvetan Todorov. En 1987, tres años antes del quinto centenario de la conquista
a sangre y rezos de América, Todorov revisita el modelo subjetivo que esa
masacre supone. En pleno desguace de las grandes sagas emancipatorias del siglo
xx el planteo de Rozitchner es repensar el lugar del otro en nosotros mismos.
Pero al mismo tiempo advertir que desde el mundo cristiano “el conocimiento del
otro (…) va unido al dominio del otro como fundamento de la propia salvación. Y
que la creación del Dios, al que nos sometemos adentro para salvarnos de la
muerte, implica la apertura de un campo simultáneo donde se despliega afuera
esta réplica, poniendo la propia muerte sobre los otros, evitada así en el
propio interior.” Pensar estas determinaciones significará por lo tanto mantenerse
a salvo de la salvación. Pues salvación y reconocimiento del otro son también, desde
el cristianismo, modos de la dominación. Sin embargo late en esta lectura de
Rozitchner un optimismo irreductible: si hay catástrofe es porque aún hay vida.
Y es este un optimismo que la propia existencia afirma un optimismo más acá de
toda inteligencia y voluntad: “En el momento en que el sístole y diástole
cósmico nos habla de que no hay refugio infinito, porque si se expandió volverá
a comprimirse, ¿cómo dejar de sentir que estamos más que nunca destinados a la
desaparición eterna, no sólo la propia sino la de todo lo que el hombre habrá
de construir en todas sus historias, y que este instante milagroso de la
existencia de cada uno debe ser recuperado como lo más saliente de todo lo
existente, el extremo más agudo de lo que existe y existirá nunca, aunque ese
destello deba, y por eso mismo debemos, acabarse para siempre?”
Retorno a lo arcaico,
el tercer artículo de este libro, fue publicado por primera vez en 1993 y
reeditado en el libro El terror y la
gracia (2003). Se trata del intento de reabrir un espacio de pensamiento
que permita unir aquello más próximo -nuestras propias potencias conjugadas con
las de los otros- disperso por el pos-genocidio y el post-privatismo, que
eufemísticamente se llamó entre nosotros posmodernidad. Fue el terror asesino
primero y su continuidad económica después lo que obturó toda prolongación de
nuestro cuerpo y sus afectos en el cuerpo común social. De lo que se trata
entonces es de comenzar a reunificar eso disperso. Para comenzar a andar de
nuevo. Entonces se debe pensar contra el terror. Porque “el pensar le agrega al
sentimiento de desesperanza la materialidad histórica que quedó excluida: el
afecto despierto es un extraño silogismo que ignora la afirmación vivida e
histórica de la que parte, como si fuera una conclusión afectiva, sin las
premisas reales, materiales y pensables, que lo hicieron posible.” Si los otros
dos artículos de los que hablamos son el intento de desarmar los llamados al
desarme a que nos convocaba la posmodernidad, este texto es, por el contrario, la
tentativa de afirmar contra el terror un poder colectivo que consiste en
actualizar el lugar de acogimiento de la vida del otro en nosotros mismos: la acuñación
arcaica de nuestro cuerpo -imaginaria e infantil, invisible de tan presente- que
está siempre a la espera de ser prolongada.
Finalmente La cruz del
fin del mundo, conferencia dictada en 2004 en la Biblioteca Nacional, es un
recorrido por el contrapunto de cuatro anti-profetas judíos: Spinoza, Marx,
Freud y Levi-Strauss. Pensadores todos que abrieron campos de pensamiento
irreductibles a sus influencias y disciplinas. Cada uno de ellos habría
desplegado una crítica al racionalismo occidental, aunque sin lograrlo
enteramente, pues algo fundamental quedaba sin explicar: el fundamento mítico-religioso,
cristiano, de esa limitación. Y es que ninguno de estos cuatro pensadores
judíos habría abierto “su campo sobre el fondo del reconocimiento de su propio
origen, sino que lo tuvieron que hacer dentro del iluminismo planteado por la
cultura cristiana.”. Esta imposibilidad de desplegar un fundamento mitológico-afectivo
diferente al que propone el iluminismo cristiano sería para Rozitchner el intersticio
en el que crece el peligro de esa autoaniquilación de la humanidad que es la
salvación capitalista.
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