Introducción al libro Espejos rotos de próxima aparición en Editorial Topía
El sujeto en cuestión
¿Qué es el Hombre? En
esta obstinada pregunta Kant veía condensarse las tres cuestiones fundamentales
de la filosofía: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me es permitido
esperar? La metafísica, la moral y la religión, que respectivamente respondían
a cada una de estas cuestiones, dibujarían en su confluencia una antropología:
cada una de ellas sería al mismo tiempo una respuesta (aunque parcial) a la
pregunta por el ser del “Hombre”. Y se soñó entonces que con esta antropología
se había edificado su morada definitiva. Pero, implacables, los trabajos y los
días no olvidaron roerla, y hoy esta antropología que preguntaba por el “ser del
Hombre” se nos antoja, absurda y grandiosa, como esas ruinas antiguas que la
imaginación sólo condesciende animar habitadas por dioses o por bestias. Ya no
nos reconocemos en el “Hombre” (ese claro objeto de estudio de las humanidades,
a cuyos atributos debía adaptarse nuestra oscura vida individual), y nos parece
más una figura evadida de obsoletos bestiarios que la interpelación más urgente
de nuestra realidad.
El siglo XX fue el
encargado de tal liquidación. Pero este justo despertar que abolía al “Hombre”
como vórtice de todo saber sobre nuestra vida, fue la clausura también de ese íntimo
ámbito del sentido que es el sujeto, vale decir, de esa premisa oculta e
incontestable de que cada uno de nosotros es, en cada caso, el lugar donde necesariamente
se anuda todo sentido para existir. Pues al identificarse al sujeto con los
centros metafísicos de la “interioridad”, el “yo”, el “alma” o la “persona”, la
liquidación de estas abstracciones evaporó con ella toda idea de sujeto.
Oscuros efectos de estructura o esencialismos de diversa estirpe ocuparían su
lugar. Como si por ejemplo la ciencia (léase: los científicos) hablase desde
afuera de ese entrevero de los muchos cuerpos que es el mundo (por lo demás, tal
había sido la más secreta y enloquecida añoranza de un Althusser),[1] o como si alguna esencia -desde
el Habla[2] o el Lenguaje hasta las
Relaciones de Producción- pudiese existir por sí misma, y elevarse entonces como
el barón de Münchhausen tirando de sus propios cabellos. Se destronaba así un
esencialismo (el Hombre) para encumbrar otros. Y aquello que hacía de esa
abstracción del “Hombre” algo que obturaba la cabal pregunta sobre nosotros
mismos quedó intacto. Contribuir a formular preguntas que nos interpelen como el
lugar donde el sentido se anuda es, finalmente, la motivación de este libro. Pues
con esto no se trata de mera teoría, sino de una condición para la eficacia de
toda acción colectiva.
Pero para ello hay
tres cuestiones ineludibles a las que debemos atender: en primer lugar
preguntarnos cómo llegamos a ser ese lugar del sentido, es decir, de qué modo
se da la vivencia de devenir sujetos, o en otros términos, cuáles son los
dispositivos en que se enmarca dicha vivencia. En segundo lugar debemos
preguntarnos cuáles son las posibilidades y los límites para referirnos a esas
vivencias, cuál es la relación entre la vivencia y la representación, y por lo
tanto, la relación entre nosotros mismos y el sentido que encarnamos. En tercer
lugar debemos interrogarnos sobre cuáles son los límites de esa representación,
cuáles los bordes de silencio que rodean todo decir, pero más aún, qué puede la
representación cuando lo que impera es el desnudo terror.
En función de estas
cuestiones cardinales, entonces, se estructura este libro: la primera parte
tratará de lo vivido y sus dispositivos de subjetivación (los artículos de Reimut
Reiche y de León Rozitchner); de lo representable en el sujeto, la segunda
parte (artículos de Esther Díaz y de Cristián Sucksdorf); y finalmente, la
tercera, de lo irrepresentable (artículo de Juan Carlos Volnovich).
Los textos
Homosexualización de la sexualidad, el texto de Reimut Reiche, parte
de la hipótesis de que el concepto foucaultiano de dispositivo de sexualidad ha
quedado esencializado, osificado en ciertas características que no condicen ya
con la realidad de las sociedades post-industriales. Recurre entonces a un
diagnóstico epocal para recuperar la potencia de dicho concepto, a fin de dar
cuenta de los parámetros históricos en los que se vive la sexualidad en las
sociedades post-industriales. Ese nuevo dispositivo de sexualidad, que el autor
denomina “homosexualización de la sexualidad”, consiste en la subsunción
creciente de las pautas sexuales de la “cultura de la mayoría” a las de la
subcultura homosexual, especialmente a los parámetros identificados en los años
70, cuando la lucha política de esos sectores era aún incipiente.
En su texto Edipos León Rozitchner analiza el papel
que desempeña la matriz mitológica en el proceso de subjetivación. Para ello
analiza las diferencias entre las teorías de Freud y de Lacan a la luz de las
constelaciones mítico-afectivas (no meramente religiosas) de las que surgen: el
judaísmo en Freud y el cristianismo en Lacan. De modo que a partir de estas
matrices mitológicas se constituirán no solo teorías diferentes, sino también complejos
parentales, es decir modos de subjetivación, diversos. Así, puede identificarse
(entre otros) un “Edipo” o complejo parental griego, otro judío y otro, el de
nuestras sociedades, cristiano. Preguntar entonces por el modo en que devenimos
sujetos será hacerlo al mismo tiempo por la mitología de la cultura en que la
que nacemos, aunque ésta sea laica.
Esther Díaz en Juego de espejos entre subjetivaciones
colectivas y entornos animales, desarrolla el papel de la representación
como mediación entre la comunidad como sujeto colectivo, el individuo y el
mundo circundante, y más específicamente el mundo animal. A partir del film La cacería, de Thomas Virtenberg la
autora desarrolla un análisis del lugar de la representación en el modo de
devenir sujeto y la relación con la categoría deleuziana de devenir animal.
El texto que lleva mi firma,
Don Quijote y Sade, entre el delirio y la
representación, se ocupa de la relación entre el sujeto -ese cuerpo
enredado con los otros que cada uno es- y el sentido. A partir del modo opuesto
en que se constituye el sentido en el Quijote y en la obra de Sade (la relación
entre ambos es de origen foucaultiano) se establecen dos parámetros para
comprender todo sentido y nuestra relación con él; estos parámetros serán el
deseo y la representación.
El texto de Juan Carlo
Volnovich, Lo no dicho, se interroga
sobre el preciso lugar en que la representación y el sujeto aparecen más
distanciados. No se trata de aquello sobre lo que nada puede decirse, y por lo
tanto (como aconsejaba Wittgenstein) sobre lo que es mejor callar, sino sobre
aquello que se ha vivido pero desborda tan monstruosamente los recintos de la
representación que no puede acabar de ser dicho, y quizá tampoco de ser
escuchado. Ese lugar es el del terror, ejemplificado en este texto por los
campos de exterminio nazis y los vuelos de la muerte. Pero el terror, que no puede ser dicho, es también, y antes que
nada, aquello sobre lo que no se debe
callar.
Solo nos resta alegar que la
congregación de estas páginas dispares no pretende reconstruir con fragmentos
de reflejos ese espejo que fue el “Hombre”, sino apenas contribuir a
preguntarnos, de una vez por todas, por ese mundo que está más acá de los
espejos.
Buenos
Aires, marzo de 2014
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